Es claro que la realidad de los jóvenes es mucho más compleja de lo que a veces pensamos. Por ser una realidad diferente y en permanente cambio, es necesario que en nuestras iglesias locales enfoquemos cuidadosamente este ministerio y que podamos proveerles líderes idóneos y pastorearles de manera tal que puedan conocer al Señor y caminar con él, siendo sal y luz en nuestros países.
Tensión entre la iglesia y el mundo
Es una realidad que los jóvenes de nuestras iglesias viven en dos esferas totalmente diferentes: la sociedad —el mundo, como es denominado en la jerga evangélica— y la iglesia. Estas dos esferas no sólo son diferentes una de la otra, sino que en cierta forma, cada vez más, son radicalmente opuestas y viven en creciente conflicto.
Por un lado, la juventud evangélica está acostumbrada a ser expuesta dentro de la iglesia a toda una serie de valores, prioridades, formas de ver la vida que constituyen lo que podemos denominar la cosmovisión judeo-cristiana. Durante siglos, estos valores han sido los que sustentaron y estructuraron la cultura y la sociedad occidental. Incluso, aunque las personas no fueran creyentes participaban de estos valores, ya que los mismos constituían el consenso cultural sobre el que se construía la sociedad, y ésta los utilizaba para regirse.
Inseguridad y confusión con relación a la experiencia de conversión
Hay una realidad sociológica que no podemos ni debemos ignorar. En nuestras congregaciones hay un número creciente de personas que son segunda e incluso tercera generación de evangélicos. Se trata de muchachos y muchachas que, por decirlo de alguna manera, no vienen directamente del mundo, no provienen de un ambiente no cristiano o secular, sino que se incorporan a nuestras iglesias porque sus padres se convirtieron y ellos han nacido en un contexto evangélico.
Cuando aumenta el número de hijos de creyentes en nuestras iglesias comienza la deserción de estos hijos.
El proceso, incluso se ve agravado por la existencia de una tercera generación de evangélicos, hijos de los hijos de aquellos que una vez abandonaron el mundo.
Falta de relevancia de la Palabra de Dios
Entre nuestros jóvenes se están dando dos lamentables realidades. En primer lugar, desconocimiento de las Escrituras.
En segundo, escaso interés por conocerlas aplicarlas en su vida cotidiana. Los evangélicos eran conocidos en el pasado como elzpueblo de la Biblia, pero esto ha dejado de ser una realidad con las nuevas generaciones. Los jóvenes leen poco la Palabra de Dios y, como consecuencia, no la conocen y, como consecuencia, desconocen al Dios revelado en las Escrituras.
Falta de atención a las necesidades de los jóvenes
Como pastor de jóvenes, domingo tras domingo me siento en los bancos de mi iglesia para el culto dominical. En teoría es la gran celebración de la fe. Es el tiempo cuando toda la familia cristiana, niños, adolescentes, jóvenes y adultos se reúnen para adorar al Señor y celebrar la nueva vida que tenemos en Cristo. La perspectiva es bella, toda la familia reunida para una fiesta.
Sin embargo, cuando el servicio comienza las cosas cambian y la ilusión, desgraciadamente, con demasiada frecuencia, puede dar paso a la decepción. El culto está pensado por y para los adultos de la iglesia. Las necesidades, e incluso, las posibilidades de participación de otros sectores de la familia de la fe no se han tenido en cuenta.
No cantamos canciones infantiles, tampoco explicamos las cosas a un nivel que permita a los niños comprender qué pasa. Los sermones nunca están hechos al estilo que agrada a los adolescentes.
Ausencia de metas, desafíos y delegación de responsabilidades
Ausencia de personas preparadas para el trabajo con jóvenes
Durante mucho tiempo la disponibilidad y/o la buena voluntad ha sido, si no la única, al menos la principal exigencia para trabajar con los jóvenes. Se daba el caso, de que aquel muchacho o muchacha que más despuntaba recibía la carga y responsabilidad de la dirección del grupo de jóvenes de la iglesia local. Sin embargo, todos nosotros sabemos que ni la buena voluntad ni la disponibilidad implican necesariamente capacidad para llevar a cabo semejante tarea.
Herencia de modelos y métodos del pasado
Los modelos y los métodos nacen para satisfacer necesidades específicas en situaciones muy particulares. Un modelo o un método nace en un contexto con la finalidad de dar respuesta a las necesidades que ese mismo contexto plantea. Por definición los modelos y los métodos son culturales y no necesariamente adaptables de una situación a otra. Además, con el paso del tiempo, estos modelos que nacieron para afrontar circunstancias o necesidades muy concretas, se vuelven obsoletos, entre otras razones por la propia dinámica de la vida. Esta es cambiable por definición, por tanto, lo que ayer servía para dar respuesta a las necesidades de ayer, no necesariamente es válido hoy para dar respuesta a los retos y los desafíos que hoy nos plantea el entorno social en el que se mueven los jóvenes de nuestras iglesias.
Deficiencias en la educación familiar
Existe una realidad creciente en muchas de nuestras iglesias: muchos padres se desentienden de la educación espiritual de sus hijos, delegándola cada vez más a la iglesia. Los padres dan por sentado que la comunidad se encargará de la transmisión de los valores cristianos y que para ello desarrollará las estructuras necesarias.
Sin embargo, la responsabilidad de educar en la fe le corresponde primero a los padres, y no a la comunidad cristiana. No estamos diciendo que la iglesia local no deba proveer formación espiritual para los niños y los jóvenes. ¡En absoluto! Estamos afirmando que esta educación corresponde en primer término a los padres y, tan sólo, en un segundo término a la iglesia. Esta última ha de ser colaboradora en la formación espiritual de los niños y jóvenes, pero nunca debe ocupar el papel y la responsabilidad prioritaria de los padres puesta por la Palabra de Dios sobre ellos.
Modelos de referencia débiles
Los estudiosos de la personalidad humana, afirman que durante la adolescencia y la juventud temprana, la tarea vital y de mayor envergadura que han de asumir las personas es la formación de su propia identidad.
Los muchachos y las muchachas quieren formar una identidad propia, quieren saber quiénes son ellos, cuál es el propósito y el sentido de su vida. Ya no quieren ser identificados con referencia a su familia, quieren ser ellos mismos, ya no más el hijo de tal o la hija de cual.
Premisas equivocadas en relación con el trabajo entre los jóvenes
Las premisas equivocadas llevan, de forma ineludible, a conclusiones erróneas. En muchas iglesias el trabajo con la juventud está edificado sobre dos premisas que a nuestro juicio no son correctas, y que no obstante, determinan el tipo de ministerio que se lleva a cabo.
La primera de las premisas, es que «son todos los que están». Expresado de otro modo, damos por sentado que todos o la mayoría de los jóvenes que asisten a la iglesia o están relacionados con ella son creyentes, nacidos de nuevo y que tienen una relación personal con Dios. Nada más lejos de la realidad, especialmente si estamos trabajando con un grupo en el que la mayoría de sus integrantes son hijos de creyentes de primera, segunda o, incluso de tercera generación.
Conclusión:
Es importante siempre publicar estos temas que nos ayudan cada dia a ser mejores personas...en estos momentos tan dificiles para la humanidad.
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