sábado, 23 de mayo de 2009

EL DESIGNIO DE DIOS SOBRE LA VIDA FAMILIAR



Designio de Dios sobre el matrimonio y la familia
Llamados al amor verdadero

El hombre es llamado al amor, a imagen de Dios quien es Amor. En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre es llamado al amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual.

En consecuencia, la sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte.

Imagen del Amor de Dios

La comunión de amor entre Dios y los hombres encuentra una significativa expresión en la alianza esponsal (o sea de esposos) que se establece entre el hombre y la mujer.

Su vínculo de amor se convierte en imagen y símbolo de la Alianza que une a Dios con su pueblo. El pecado que puede atentar contra el pacto conyugal se convierte en imagen de la infidelidad del pueblo a su Dios. Pero la infidelidad del pueblo no destruye la fidelidad eterna del Señor, y por tanto el Amor siempre fiel de Dios se pone como ejemplo de las relaciones de amor fiel que deben existir entre los esposos.

Representación de la unión de Cristo y su Iglesia

El Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos ama.

Su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia.

Amor - don reciproco y don de la vida

Según el designio de Dios, el matrimonio es el fundamento de la comunidad más amplia de la familia, ya que la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de los hijos.

En su realidad más profunda, el amor es esencialmente don; y el amor conyugal, a la vez que conduce a los esposos al recíproco “conocimiento” que los hace “una sola carne” (ver Gén. 2,24), no se agota dentro de la pareja, ya que los hace capaces de la máxima donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva persona humana. De este modo los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre.

Al hacerse padres, los esposos reciben de Dios el don de una nueva responsabilidad. Su amor paterno está llamado a ser para los hijos el signo visible del Amor mismo de Dios.

Introducción en la comunidad humana y en la Iglesia

En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales - relación conyugal, paternidad - maternidad, filiación, fraternidad - mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la “familia humana” y en la “familia de Dios” , que es la Iglesia.

El matrimonio y la familia cristiana edifican la Iglesia; en efecto, dentro de la familia la persona humana no sólo es engendrada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es introducida también en la Iglesia.

Formar una comunidad de personas

- Sin el amor, la familia no puede vivir, crecer y perfeccionar como comunidad de personas.

- En virtud del pacto de amor conyugal, el hombre y la mujer están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total.

Esta comunión conyugal hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son.

En Cristo Señor, Dios confirma esta comunión, la purifica y la eleva conduciéndola a perfección con el sacramento del matrimonio: el Espíritu Santo infundido en la celebración sacramental ofrece a los esposos cristianos el don de una comunión nueva de amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús.

El don del Espíritu Santo es mandamiento de vida para los esposos cristianos y al mismo tiempo impulso estimulante, a fin de que cada día progresen hacia una unión cada vez más rica entre ellos, a todos los niveles - del cuerpo, del carácter, del corazón, de la inteligencia y voluntad, del alma - revelando así a la Iglesia y al mundo la nueva comunión de amor, donada por la gracia de Cristo.

- La comunión conyugal se caracteriza no sólo por su unidad sino también por su indisolubilidad: Esta unión íntima en cuanto donación mutua de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen la plena fidelidad de los cónyuges y reclaman su indisoluble unidad.

La indisolubilidad del matrimonio halla su verdad última en que Dios quiere y da la indisolubilidad como fruto, signo y exigencia del Amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia.
Cristo renueva el designio primitivo que el Creador ha inscrito en el corazón del hombre y de la mujer, y en la celebración del sacramento del matrimonio ofrece un “corazón nuevo” : de este modo los cónyuges no solo pueden superar la “dureza del corazón” (Mt. 19,8), sino que también y principalmente pueden compartir el Amor pleno y definitivo de Cristo, quien ha establecido con nosotros una nueva y eterna Alianza.

El don del sacramento es al mismo tiempo vocación y mandamiento para los esposos cristianos, para que permanezcan siempre fieles entre sí, por encima de toda prueba y dificultad, en generosa obediencia a la santa voluntad del Señor: “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” (Mt. 19,6).


(S.S. Juan Pablo II)

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