domingo, 28 de junio de 2009

¿QUIÉN ESTÁ EDUCANDO AL PUEBLO? “Dios creó al hombre para la inmortalidad”


“...Y lo hizo a imagen de su propio ser” (Libro de la Sabiduría).

No entendemos cómo entonces nos pasamos la vida tratando de parecernos a los animalitos. Viviendo según los instintos sin tomar en cuenta que somos seres razonables y con voluntad.

¿Quién ha sido responsable de tanta ignominia? “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes.

Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra, porque la justicia es inmortal” (Idem).

¿Cómo hemos permitido que la maldad haya podido más que la bondad? Ya Jesús había observado que “los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz” (Lc 16, 8).

Pero, ¿qué ha sucedido hoy, con la actitud de los cristianos, testigos de ese Jesús, para que el mundo de hoy refleje una realidad diferente a la que Cristo hubiera querido? Quizás como nos dice el Concilio Vaticano II, en su Constitución Gozo y Esperanza: “Con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y la religión” (No. 21).

El remedio a esta situación “hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros.

Esto se logra principalmente con el testimonio de vida de una fe viva y adulta, educada para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer. Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, impulsándolos a la justicia y al amor, sobre todo respecto del necesitado” (idem).

Es decir que ya estamos en los tiempos en que no pode mos dejar para mañana lo que tenemos que hacer hoy: dar testimonio “los que en Ti creemos”, y comenzar a vivir como “Alter Cristos”. Dios nos envió a Su Hijo para que el mundo se salvara con Él, para que participáramos de Su Vida Divina; para que nos enseñara una nueva forma de vivir de acuerdo al Plan de Dios, que fuéramos solidarios con los demás especialmente con los más necesitados. El pasaje de Las Bienaventuranzas nos lo tenemos que aprender de memoria y tratar de asumirlo en nuestras vidas. Ya está bueno de seguir abusando de los que por ignorancia no reconocen su dignidad de Hijos de Dios y coherederos con Él de Su Gracia, y son vilipendiados continuamente por los que se creen amos del Universo.

Todos hemos sido llamados a ser partícipes del Reino. Todos somos discípulos de Jesucristo por nuestro bautismo y eso significa “que debemos tener como centro la persona de Jesucristo, que tengamos espíritu de oración, que seamos amantes de la Palabra de Dios, practiquemos los sacramentos frecuentemente, que nos insertemos en la comunidad eclesial y social y que seamos solidarios en el amor y fervoroso misionero” (Aparecida No. 292).

En esto, la familia cumple un papel preponderante en la educación en la fe de nuestros hijos. Y aunque tenemos una fiera competencia con los medios de comunicación social, no debemos transigir con lo que nos aparta del amor del Padre en cuanto al crecimiento espiritual de los seres que están bajo nuestro cuidado.

“La familia como ‘pequeña iglesia’, debe ser, junto con la parroquia, el primer lugar para la iniciación cristiana de los niños. Ella ofrece a los hijos un sentido cristiano de existencia y los acompaña en la elaboración de su proyecto de vida, como discípulos misioneros” (Aparecida No. 302).

Solamente así, trabajando todos al unísono, podremos convertir esta sociedad de muerte en una sociedad de vida y amor.

Señor Jesús, ayúdanos a ser coherentes con nuestra fe, y a pesar de todas las vicisitudes de la vida nos permitas permanecer en Tu Amor para poder reflejarlo a los demás. Amén.

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